UNA FIESTA DE LA QUE YA FORMAS PARTE


Puse un mantón de manila en mi balcón, para dar la bienvenida a las fiestas que más me hacen sentir. Como una niña pequeña, contaba los minutos para oír el sonido del tambor que acompaña a los hermanos del Señor durante su paseo por el pueblo. De casa en casa, recogiendo a sus compañeros. Y alabando al Santísimo Sacramento. Por siempre alabado sea. 

No puedo explicar lo que siento. Es una explosión de recuerdos de otras épocas mejores (en las que todavía tenía a mi lado a las personas más importantes de mi vida) y unas ganas locas de pintar una sonrisa en la cara al ver la de mi hijo, de la mano de su padre, empapándose de lo que somos.

A veces los sentimientos se mezclan de tal manera que puedes estar plena y a la vez triste, estar en el séptimo cielo y caer al suelo en segundos. Hasta un poco de miedo, angustia. A la vez, emoción, sorpresa y ternura. Todo así, en el mismo cuerpo, cada hora que fuimos bailando las alcancías por las calles de mi Peñalsordo. 

El domingo despertó espléndido. 

Salí al balcón inquieta esperando el sonido del tambor. Sabía que el color iba a inundar el pueblo, que los cascabeles de los hermanos pondrían alegría a la fiesta. Que mi hijo, muchos años después, iba a volver a subirse a uno de los burros que ataviados con sus mejores galas son el alma de esta fiesta, que no en vano llamamos entre nosotros «la de los burros». Sabía que iba a sentir el miedo a que me pillase la vaquilla, que iba a llorar viendo el castillo humano subir al altar a agradecer al Santísimo su ayuda. Todo eso lo sabía. Lo que no me podía imaginar, era encontrar en su mirada todo lo que había en la mía cuando tenía once años y que iba a sentir que ya le estaba dando lo más importante, porque había aprendido a distinguir lo que valía la pena; somos lo que estamos sintiendo y él siente tan bonito que a veces mirarle es volver a la infancia y adolescencia y estar orgullosa de ella porque está en esta vida gracias a todo lo que fue. 

Este ha sido el primer año que he corrido el caballo con mi madre de una mano y con mi hijo de otra. Lo que fue y lo que viene detrás. Estoy tan orgullosa de mi familia, de mi gente y de mi pueblo. Me he sentido tan feliz, de nuevo. En mi sitio, tantos años después. El mismo en el que fui tan dichosa. Contenta de que esta fiesta siga teniendo tanta fuerza y, por ello, hay que decirlo bien alto. Alabado sea el Santísimo Sacramento. Porque en nuestro corazón se queda lo que para cada cual significan esas palabras.

Gracias, Peñalsordo. Cuando veo ese castillo y la iglesia abarrotada aplaudiendo, veo a un pueblo unido. Y eso es lo que quiero que sea. ¡¡Hasta el año que viene!!



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