AMARGURAS, LAS JUSTAS

 

A veces tenemos un manojo de algo que no sabemos qué es en el estómago, debajo del pecho. En ocasiones, incluso manda señales a los brazos y a las piernas; como si lo que ahí hubiese se extendiera por todo el cuerpo. No sabes de dónde viene, pero está. Es desagradable, porque sientes una angustia que te deja hecho polvo.


Imagen de Gino Crescoli en Pixabay


 

Y es que quizá llevemos mucho tiempo diciéndonos cosas malas. Sintiéndonos la peor persona del mundo por pensar, y decir, lo que otros no quieren escuchar. Intentando no hacer daño a los que tenemos alrededor, pero rompiéndonos por dentro en el intento.

 

Puede que no hayamos encontrado en meses un momento de calma. Que corramos de un sitio a otro, y nuestra mente no pare de buscar soluciones a esos problemas, del primer mundo, que ya son bastante. Por un lado, intentando hacer malabares entre la casa y el trabajo. Con el miedo que da pensar en perder tu sustento, pero también la preocupación de no estar el tiempo que te necesita tu familia. Es el poder desconectar de un sitio para enchufarte a otro. Saber escuchar, comprender y que no te afecte la vida tanto como para entrar en el estado de locura que suele acompañarte casi todo el curso escolar.

 

Respirar, olvidar, perdonarte. Entender las circunstancias de los demás. Saber que no llegas a todo y cuidarte. Así, a veces, esa maraña que te recorre por dentro puede que se vaya desenredando y despiertes con calma, viendo todo de otra manera. 

 

Si dejamos de enviar mensajes feos a nuestra cabeza, que es una cabrona la tía, y los cambiamos por otros más atractivos, quizá en vez de paralizarnos, el cuerpo nos pida sonreír. Tal vez, a carcajadas.

 

Feliz comienzo de curso y feliz vida. Sólo hay esta, así que amarguras, las justas.

Comentarios

Entradas populares de este blog

UNA FIESTA DE LA QUE YA FORMAS PARTE

Y TODO SE PONE DEL REVÉS PARA VOLVER AL DERECHO