SEÑORES USTEDES PERDONEN, SI ME QUIEREN PERDONAR


Este texto puede no gustar a algunos, pero lo hago desde el respeto y el amor a mi tierra y a sus fiestas. En concreto, la Octava del Corpus de Peñalsordo.

 



Cuando era más joven, me producía un poco de ansiedad explicarle a los invitados-amigos que venían de fuera, por primera vez, en qué consistían las fiestas de mi pueblo. Y esto era porque no sabía cómo contarles, en poco tiempo y con detalle, lo que significaban. No podía. Era imposible que sintiesen lo que yo sentía, era difícil explicar un estado subjetivo, de esos que te ponen la piel de gallina. Mis paisanos lo saben. Literal, piel de gallina. 

Tenían que vivirlo, año a año (porque repetían, por supuesto), y así podían sentirlo en sus propias carnes.

Partimos de la base de que yo no soy creyente y de que esta fiesta es puramente religiosa. Primera cosa difícil de explicar. Y uno de los principales conflictos internos. Se puede tener tan dentro ese sentimiento. Yo creo que sí. Que se puede.

Y me explico. Nos hemos criado al son de ese tambor. Año tras año, lo hemos seguido, bailando las alcancías con los jopos encendidos. Hemos disfrutado del colorido de los caballos, desde que éramos bebés. Oír ese son nos lleva a otra época. A la niñez, a la adolescencia, a los primeros besos, a las primeras veces en las que te pillaba la vaquilla, a la llegada del verano, al olor de las lumbres, a mil cosas más que no podría explicar aquí.

 Un año esperando, para contarle a los invitados lo que se siente. Imposible. Es mejor vivirlo.

Esta fiesta es religiosa, pero tiene mucho de jolgorio. La escenificación de la batalla para ganar el castillo de Capilla, que fue real. Y, bueno, seguro que ellos, aquellos soldados, le pidieron con fe a Dios que les ayudase. Y segurísimo que sintieron que lo hacía. Del mismo modo que esos hermanos, algunos tan niños que me enternece, tienen la misma fe en Cristo. Y eso me parece tan loable, tan bonito, tan especial… Que merece la pena siempre entrar en la Iglesia y ver el castillo humano, tan colorido, que se abre paso entre la gente, que se tambalea y, finamente, llega al altar. Lejos de caerse, y con la fuerza que dan los aplausos del pueblo, se levanta. Ese es el punto y final de aquella batalla. Que pudo acabar mal y lo hizo bien. Y esa es la fuerza de un pueblo, que no lo olvidemos somos nosotros, los que tenemos ese coraje de levantarnos.

Los moros dejaron el castillo a los cristianos. Vía libre. Un sitio lleno de historia, gracias a que fue ocupado por distintas culturas. Cada día se sabe más de ese castillo y de aquella historia, y mucha culpa la tiene el gran trabajo que está haciendo el pueblo de Capilla. Enhorabuena a esos vecinos.

Bueno, que yo sólo quería decir que algunas veces, muchas veces, somos lo que hemos vivido. Somos aquellos olores, aquellos sabores y aquellos sonidos. Como el del tambor, con el que se recogen esos hombres que juntos suben a la plaza a cantar sus mojigangas sobre lo acontecido en el pueblo ese año, que ondean la bandera, con fuerza. Que creen y a los que todo les merece la pena.

Pero, a ver, que esa es la parte visible de la fiesta. También tengo que decir que las madres, las esposas, las novias, las hermanas, las amigas,… son las que hacen posible que todo salga perfecto. Porque detrás de esta explosión de color hay mucho trabajo y sacrificio. Las mujeres son las que la pintan, las que hacen que luzca, aunque ellas, como casi siempre en nuestra historia, se queden entre bambalinas, en un segundo plano.

Y viva Peñalsordo, sus cofrades y sus mujeres. Alabado sea el Santísimo.

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