MÁS TARDES DE PARQUE
Creo que se nos acaban las tardes en el parque. Al menos, juntos.
Cuando empiezas a
ver la luz, cuando ya es un poco independiente y tienes más tiempo para ti,
comienza otro proceso en el que te das cuenta de que ya no es un bebé. Ya no
puedes levantarle, le da vergüenza darte un beso en la puerta del colegio y
empieza a tener unas preocupaciones casi de adolescentes. ¿Dónde está el niño que yo tenía?
Ese niño que se abrazaba a mí por las noches, el que me llamaba una y otra vez en busca de atención, el que no quería comer solo, el que necesitaba que le contase un cuento… ya no está. Y, a veces, no recuerdo cómo era aquello. Lo echo de menos y me molesta no recordarlo todo.
Sé que estuve,
todo lo que pude. Haciendo encaje de bolillos y aguantando comentarios poco
afortunados de algunos de los que estaban a mi alrededor. Pero estuve. Todo el
tiempo que pude. Me dolía cuando me decían que le sacase de la escuela
infantil, porque los virus le atacaban cada semana o quince días. Porque quizá
era lo correcto, pero yo no podía hacerlo. Quizá hubiese podido hacerlo de otra
manera, pero también quería seguir con mi vida, con mi trabajo, con mis cosas.
Sentía la necesidad de ser mujer además de madre. Era una sensación muy rara.
Porque empecé a extrañarle cuando trabajaba, pero necesitaba ir a trabajar.
Ahora que acaba de cumplir ocho años, veo en la persona que se está convirtiendo. Supongo que todo
lo que ha vivido formará parte de su personalidad de algún modo. Creo que le
gustará saber que para mí no hay nada más importante que él, cuando sea mayor
lo entenderá.
Me da pena que los columpios se le queden pequeños. Que madure
tan rápido. Que pronto no quiera jugar al pilla-pilla o al escondite. Me da
pena guardar la ropa y los zapatos que ya no le sirven. Que ya no agarre fuerte
mi mano por la calle. Pero hay que soltar. A las personas a las que amamos
tenemos que darles alas. Volarán. También raíces, para que vuelvan.
Igual hay suerte y me quedan algunas tardes más al sol del parque, viendo como se pone hasta las cejas de barro, con sus amigos de toda su vida, a los que quiere como hermanos.
Todo pasa. Y todo
llega. Por eso hay que vivir en presente. No podemos ser siempre felices, pero
sí podemos llenar algunos de nuestros ratos de felicidad.
Feliz fin de semana
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