«CARPE DIEM Y DEJA EL MÓVIL, C...»

«Ahora te envío el correo», lees en el whatssap. Y ya le has dado a enviar y recibir tres veces. La bandeja de emails sigue sin ninguno en negrita. 

 

 

Dale tiempo. Date tiempo. Necesitamos tiempo. Respira, hondo.

Nos hemos acostumbrado a recibir y contestar mensajes en segundos. Y, si no es así, pensamos que al que no contesta le pasa algo horrible. Y la vida no puede vivirse así. No es humano, somos como máquinas. Escribimos, leemos en redes sociales, cada vez más noticias, cada vez más informados y cada vez más desinformados.

A veces me duele la mano, y es de usar el teléfono móvil. Creo que necesito una desintoxicación tecnológica. Un viajecito a Cuba, por ejemplo. Por elegir un sitio al azar. Sin aparatos electrónicos. Sólo libros y ropa de baño. O sólo libros.

Tiene que haber una forma de frenar esto. Porque lo peor es que se lo contagiamos a los que nos rodean, y nuestros hijos necesitan estar conectados casi tanto como nosotros.

Cuando dejo el móvil en la otra punta de la casa, cuando permito que se quede sin batería hasta el día siguiente a media mañana, siento una sensación de tranquilidad, de sosiego, de por fin… «Vamos a hablar sin mirar cada uno a su aparato», pienso. Sólo centrarnos en lo que nos cuenta, en lo que necesita el otro. En mirar a los ojos.

Tomar un café sin que nadie en la mesa saque el teléfono. Dejar para después los mensajes cuando tienes algo mejor que hacer. Atender a tu hijo cuando te habla sin decirle: «perdona, cariño, que estoy contestando a…» Hay tiempo para eso después. De verdad.

Si consumimos el presente con cosas futuras, no lo vivimos.

Hacer fotos de los momentos. Para mí. Eso sí me gusta. Cuando las veo, siento lo mismo que sentía en ese momento. Recuerdo por qué nos estábamos riendo. Incluso puedo saborear de nuevo alguna comida. Cojo el momento y lo vuelvo a vivir mil veces.

Una desconexión tecnológica y una cámara de fotos. Con eso creo que me basta.Dejaré el viaje a Cuba para la jubilación.

 

Feliz día. Feliz vida.